El sector inmobiliario y de bienes raíces está tan sujeto a la especulación como casi cualquier otra rama de la economía. No es raro escuchar que el valor de los terrenos ha subido aquí y bajado allá, o que es más barato construir en cierto lugar que en otros, sin que existan diferencias en apariencia sustanciales entre entre ellos. Lo cierto es que no siempre se calculan como deberían las políticas de construcción y de vivienda, y a menudo están sujetas al capricho o demandas de las compañías constructoras.
La industria de la construcción es uno de los principales motores de la economia. En primer lugar, apenas si es necesario decirlo, es importante porque proporciona techo y vivienda para las familias, en el caso de las inmobiliarias, y espacios de trabajo e infraestructura para el resto de la actividad económica del país.
Por otra parte, moviliza recursos primarios como el acero y el cemento, abre fuentes de empleo y participa del mercado de la maquinaria pesada.
Por esta razón se otorgan muchos, muchísimos permisos de construccion, incluso en zonas donde no estaba, o no está permitido construir un determinado tipo de estructuras. Casos como la delegación Benito Juárez, donde los vecinos se quejan de la liberalidad con la que las autoridades locales se hacen de la vista gorda cuando una compañía comienza a la levantar un edificio de treinta y seis pisos en una zona en que no se permiten, de acuerdo con el código civil del DF, edificios más altos que los ocho pisos.
Las personas que solicitan créditos para la vivienda suelen aceptar deudas que les tomarán varios años en pagar; cinco, los que cuentan con mayores recursos y pueden acceder a los mejor planes, y hasta treinta quienes no tienen la posibilidad de liquidar sus deudas en el corto plazo. Los bancos u otras instituciones de crédito (el Infonavit, por ejemplo) son los encargados de administrar, entregar y cobrar dichos préstamos.
La bomba de tiempos se activa cuando las instituciones crediticias, por instrucción o solicitud del gobierno, comienzan a bajar y bajar sus tasas de interés o abren el otorgamiento de créditos sin necesidad de presentar garantías. Naturalmente, muchas personas se apresurarán a contratar tales créditos a los cuales no hubieran podido recurrir en otras circunstancias y cuyas condiciones les son muy favorables.
Eventualmente, el valor de esos activos de los bancos (porque los bancos consideran sus cuentas por cobrar como parte de sus activos) caerá en razón del descomunal aumento en la demanda y la incapacidad de las instituciones para respaldar sus préstamos, lo cual tendrá la consecuencia de disparar las tasas de interés y la consecuente incapacidad de los contratantes de los créditos para pagarlos.
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